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martes, 1 de junio de 2010

Recuerdos de mis padres

Me ha sorprendido la llamada hoy de mi madre diciendo que salían en el periódico.
A veces nuestros minutos de gloria llegan cuando no lo esperamos.
Tengo que agradecer a Alfonso que los trabajadores de sol a sol, los humildes, la gente normal, sencilla... también tengan su espacio en la Historia.

Os dejo el relato que me ha emocionado...:


"Cinco años en Australia

Los cangueses Engracia Villar y Alberto Lago, un testimonio de la emigración asturiana al otro extremo del mundo


Articulo de ALFONSO LÓPEZ ALFONSO ( La Nueva España)

Viajar es ampliar horizontes y desde los lugares más cómodos de la tierra la gente se puede mover con ese espíritu heredado del Romanticismo que busca arrimar a los propios los mitos ajenos, acercar lo desconocido. Pero para millones de personas a lo largo de la historia y hasta hoy mismo hay una manera distinta de viajar en la que las aventuras surgidas durante el trayecto no se buscan, sencillamente se encuentran. A esa manera de viajar, forzada por la necesidad, la llamamos emigración. Si viajar, como dice Antonio Muñoz Molina, sirve sobre todo para aprender sobre el país del que nos hemos marchado, emigrar obliga además a aprender algo sobre el país al que se llega. Después de la Segunda Guerra Mundial Australia necesitaba mano de obra para las plantaciones de caña de azúcar, de tabaco, frutas y cereales, para la industria, para todo, y hasta allá, en las antípodas, fueron llegando italianos y griegos durante los primeros años cincuenta. Entre 1958 y 1963, en lo que se conoció como «operación Canguro», llegaron también unos pocos miles de españoles con pasajes subsidiados y programas de reunificación familiar. Aquel país del confín del mundo era un vasto continente joven y de mayoría aplastantemente anglosajona en el que imperaban políticas manifiestamente descabelladas para con los aborígenes, y allí, como nos hace saber Jorge Carrión en su libro «Australia, un viaje», a estos inmigrantes morenos y más bien bajitos que llegaban del sur de Europa se les llamaba despreciativamente «wogs», que venía a ser, para entendernos, un poco el equivalente australiano al desprecio que por esos mismos años despertaban entre los asturianos los trabajadores llegados desde otros puntos de la geografía española atraídos por Ensidesa, a los que se les llamaba con poco cariño, recordemos, «coreanos».

Que la principal barrera con la que tropieza el que emigra es el idioma cuando no coincide con el propio lo saben muy bien los españoles que se fueron a Australia. Entre los miles de españoles que llegaron a aquel país continente, extremo en su naturaleza y hasta el siglo XVIII poblado con convictos británicos, hubo también asturianos. Engracia, una de las protagonistas de esta historia, no tenía el oído acostumbrado al galimatías extraño que era para ella el inglés, así que para poder trabajar en un restaurante de la ciudad de Corryong, en el Estado de Victoria, al sureste del país, se aprendió de memoria los menús y a su manera, también de memoria, porque la gramática es un lujo que a menudo no pueden permitirse quienes viven para trabajar, aprendió a anotar aquello que oía en su libreta de camarera para entregarlo en la cocina. Era una camarera parca en palabras, pero muy eficiente.


La familia Lago-Villar, en un barracón de trabajadores en 1966.

Engracia Villar y Alberto Lago, ambos naturales del concejo de Cangas del Narcea, se casaron en 1958. Por aquel tiempo, en Granda (Gijón), compraron una casa con negocio -un chigre de pueblo- donde vivieron hasta que partieron a su aventura australiana en febrero de 1963. En Granda nació Olga, su hija mayor, que con ellos avistaría tierras lejanas. ¿Qué les impulsó a marcharse? Los subsaharianos que intentan alcanzar Europa denominan su travesía por el desierto como la Aventura. Cualquiera puede intuir que esa Aventura entre tuaregs y bereberes, impulsada y propiciada muchas veces por traficantes de toda laya, no es precisamente una película de Antonioni. A la mayor parte de los españoles que se fueron a Australia, como a casi todo el que se aventura, los movió la necesidad y el ansia de mejorar. Engracia y Alberto no fueron ninguna excepción. Tenían deudas por la compra del bar, estaban pagando bastantes intereses y con el funcionamiento del negocio no eran capaces de amortizar el capital, así que decidieron cambiar de vida.



Una sucesión de destinos en el país donde siempre había trabajo

-En Granda -cuenta Engracia- teníamos un bar a medias con mi hermano Segundino, pero no producía. No daba dinero. Mi hermano se fue entonces a Australia y un día, medio en broma, Alberto no sé qué me dijo y yo le contesté, «pues me voy a ir a Australia con mi hermano». Todo en broma. Eso fue una broma, pero entonces me dice él: «Coño, pues ahí sí que estábamos bien los dos». A los pocos días se encontró en Gijón con un conocido de San Antolín de Ibias que tenía tres hijos en Australia y le dijo que iba a salir una emigración nueva, que pagabas muy poco y llevabas intérprete cuidando de ti y no era como si fueras por cuenta tuya. Entonces había un paro en España más que ahora. Bueno, más que ahora no sé si lo habría, lo que pasa que ahora hay más comodidades. Y mira, la ignorancia hace el valor. El caso es que aquel señor quedó en avisarnos. Y justo el día que viene a decirnos que empezaba el plazo para apuntarse, Alberto se había ido con la niña a Cangas a pagar los intereses.

-Sí -interviene Alberto-, pero al hombre se le ocurrió llamar al cuartel de la Guardia Civil de Cangas para que me avisaran y cuando estaba montado en el autobús para ir hasta La Viña, la aldea donde nací, se suben dos guardias civiles, con sus tricornios y sus capas, que ya sabes cómo se las gastaban en aquellos tiempos. Menuda impresión. La línea llena y yo con la niña. Preguntan por Alberto Lago, y yo, sorprendido y atemorizado, me levanto y contesto que soy yo. Entonces me dicen que me presente en Gijón inmediatamente. Menudo susto, pero así fue como vine a apuntarme.

-Al día siguiente nos pasaron un reconocimiento. En pelotina: «Desvístanse ahí en pelota», nos dijo una chica que había allí de intérprete, que para nosotros aquello era una cosa casi de escándalo, porque los médicos eran australianos. Te hacían un reconocimiento y los que estaban bien pasaban, y los que no se quedaban. Alberto no pasó la primera vez por culpa del estómago, pero volvieron a llamarlo y luego ya pasó. Embarcamos en febrero del año 63 y la niña cogió tifus porque el barco no estaba bien desinfectado. Cuando llegamos allí todavía se pasó mes y medio en el hospital.

En abril de 1963 llegan a Melbourne, desde allí los llevan en tren a un campamento de emigración donde estuvieron algo más de un mes.

-Mi hermano estaba en Wologon y nos reclamó porque allí había trabajo y nos había buscado casa. Cogimos el tren a Sydney y de allí a Wologon, donde mi hermano estaba esperándonos. Allí estuvimos en un pueblo que se llamaba Greenhill. Alberto empezó a trabajar en la fábrica en que trabajaba mi hermano, que era una especie de acería. Allí el gobierno ya no estaba pendiente de nosotros y vivíamos en una casa prefabricada muy grande con un italiano y otra familia con tres hijos. Yo cocinaba para dos primos míos que estaban con nosotros, para Alberto, la niña, mi hermano y para mí. Mis primos y mi hermano dormían en una habitación y nosotros en otra, la otra familia en otra y el dueño en otra. Compartíamos el retrete, que eran unos cubos que pasaba a recogerlos un hombre al que llamaban el hombre sit, para que lo entiendas, el hombre mierda. Allí estuvimos sobre un año y de ahí nos fuimos a una farma en Griffith, donde Alberto sulfataba, regaba, podaba los árboles, y yo, en la época de recogida de manzana y uva ayudaba. Allí estábamos muy bien, pero por ese tiempo había llegado otro hermano mío, Antonio, y hacia 1965 decidimos marchar a Corryong, un pueblo que tenía hospital, comercios y colegio, porque cerca de allí estaban trabajando mis hermanos. Alberto se colocó a trabajar como soldador haciendo tubos para las canalizaciones de agua en las Montañas Nevadas, las Snow Mountains. Entonces teníamos un coche, un Ford algo destartalado, y Alberto se desplazaba en él unos cuantos kilómetros a trabajar. En Corryong yo comencé a trabajar en una cafetería que era de unos griegos. Como teníamos el bar de Granda, pues aquello me sirvió para defenderme con el trabajo, servía las mesas y recogía, pero los menús, las cartas, tuve que aprendérmelas de memoria porque no sabía hablar. Iba a la mesa, me decían lo que querían y yo lo anotaba de memoria y se lo llevaba al cocinero. Allí no se vendía nada de alcohol. Refrescos, té y eso sí, pero bebidas alcohólicas, nada. Pero al segundo o tercer año la fábrica donde trabajaba Alberto cerró y nos fuimos a Melbourne, donde estuvimos unos meses. Allí me coloqué a trabajar en el Hospital de San Vicente y él de friegaplatos en un restaurante, pero yo estaba en estado del niño, de Ángel, y entre unas cosas y otras decidimos regresar. Embarcamos en octubre de 1968 para volver porque al marchar habíamos dejado el bar de Granda alquilado con un contrato de cinco años por muy poco dinero. Como se cumplía el contrato y además habíamos ahorrado algo y pagado todas las deudas decidimos que era hora de volver. En noviembre llegamos a Lisboa, de Lisboa, en tren, a Madrid a casa de los hermanos de Alberto, y de Madrid a Oviedo. Y esa es la historia nuestra. No te la cuento con más detalle porque no tengo mucha memoria.




En Australia, un viaje, Jorge Carrión menciona que uno de los parientes con los que se encuentra allí, José, le confiesa que se fue hasta ese extremo del mundo cuando era joven «porque no sabía lo que hacía». No parece el caso de Engracia y Alberto. Ella afirma: «Yo estuve muy contenta en Australia porque empecé a trabajar, a ganar dinero para pagar las deudas, que eso a mí no me dejaba descansar. Allí siempre estuve muy bien. Trabajé mucho pero estuve muy contenta», y él asiente. Cuando regresaron de Australia vendieron la casa de Granda y compraron un local en la calle Valentín Masip de Oviedo, donde montaron una tintorería que con los años acabaron reconvirtiendo en quiosco. Ambos se habían criado en aldeas aisladas del occidente asturiano, en casas muy corrientes, de esas que acumulaban hijos para echarlos cuanto antes al mundo a ganarse el pan. Estaban acostumbrados a las fatigas, al trabajo duro y la desdicha. Querían una vida mejor y salieron a buscarla."

16 comentarios:

Ligia dijo...

Me ha gustado mucho la historia de tus padres. La emigración siempre es dura y según cuentas, tu madre fue muy decidida dejando atrás todo para emprender una nueva vida, y además, tan lejos...
Abrazos

Gla dijo...

Uy! Que emoción!

angel lago villar dijo...

Querida Ligia:

Si que fueron años duros pero se forjaron su propio fúturo.

Por eso, muchas veces nos quejamos y es bueno recordar.

Aquello de: "Cuentan de un sabio..¡¿Habrá otro entre si decía...?!...y cuando el rostro volvió...otro sabio iba cogiendo las hierbas que el arrojó"

Mil abrazos

Querida Gla:

La verdad es que si.
Los tengo lejos y verlos por internet me ha emocionado.

Saludos.

Víctor Berdial dijo...

Una sorpresa tu blog... esto de internet es lo que tiene.
Que te depara sorpresas agradabes como la de encontrar a alguien a quien no ves desde la época del "Pepe" y demás "padres" en el Loyola.
... Y ya estamos en los 40, con canas incluidas!
JODER COMO PASA EL TIEMPO :(

Un abrazo, salao!
Y PUXA ASTURIES!!

Víctor dijo...

Una historia fascinante Ángel. Se ve que tienes buena madera.

Roberto dijo...

Ángel, muy emocionante el relato, hace que uno se imagine cada paso de tus padres en ese lugar tan lejano.
Te cuento que el padre y la madre de mi mamá emigraron a la Argentina desde Italia y España respectivamente a comienzos del siglo pasado y deben haber vivido una aventura similar aquí. En cambio, mi padre tenía abuelos que habían venido de Italia y, entonces, mis abuelos por ese lado ya eran argentinos.
No conozco los detalles de ninguna de las aventuras por las que deben haber pasado todos ellos, pero lo que he leído en el relato que tú has puesto me sirve como referencia y lo he sentido como propio. Creo que no puedo traducir aquí en palabras cuánto me ha emocionado.

Un abrazo desde Buenos Aires.

angel lago villar dijo...

Querido Victor Berdial:
¡¡Está claro que nos conocemos!!

Nadie olvida al Pepe, ni a su regla: "Siguiente, siguiente..."
:-D

Pero tu apellido es lo que me ha dejado extrañado. Recuerdo varios Victors... pero Berdial?

Debes perdonarme, como bien dices, las canas..¡¡Que ya van por fuera y por dentro!!

¡¡Dame más pistas!!

Compartí buenos momentos en el Loyola y guardo un gratisimo recuerdo. Fue una etapa magnífica.

Un abrazo, compañero

Querido Victor:
Muchas gracias, la verdad es que estoy orgulloso de mis padres.

De pequeño me "dolía" que estaba siempre solo.
Pero de mayor comprendí el enorme sacrificio que hacían por darnos una enseñanza y darnos de comer.

Un fuerte abrazo.

Querido Roberto:

Tambien tu me has emocionado con tu comentario.

Es lindo y un ejemplo para nosotros saber que nuestros ascendientes , un día, tuvieron el valor de lanzarse a la aventura para intentar salir de la miseria

¡¡Unos luchadores!!

Un gran abrazo, amigo.

Myriam dijo...

Hola Ángel! ya hace unos días leí todo el relato de la aventura australiana de tus padres y se me hace sobresaliente que haya familias que se animen a embarcarse en un proyecto de tal magnitud que supongo les habrá dejado enseñanzas, sacrificios pero también satisfacciones grandísimas.

Mira que se regresaron a tiempo, si no ahora tu serías australiano :)

Yo no tengo conocimiento de tener parientes lejanos con historias de vida tan sobresalientes aunque si me gustaría, por eso me ha encantado que nos platiques y que hasta nos lo ilustres con fotos.

Muy buena entrada amigo!!

V.Berdial dijo...

Amigo Angel, en cuanto tenga la oportunidad de acercarme a casa de mis padres, rescataré la fotografía de nuestra 1ª comunion, (Padre Fidencio incluido-creo recordar-) y la escanearé para enviartela. Puedes estar seguro.
Te traerá buenos recuerdos... y ejercitarás la memoria :D
Un abrazo.
V.Berdial

angel lago villar dijo...

Querida Myriam:

Muchas gracias!!

yo siempre digo que fuí hecho en Australia, gestado en el barco y nacido en Asturias.

¡Por eso andó de ciudad en ciudad!

Un abrazo, amiga.

Querida Victor B.:

Está claro que hemos sufrido las mismas fotos y los mismos "padres escolapios" :-D

Me he ido de cabeza a las fotos de la comunión y, aparte de recordar que fue la única ocasion que vimos niñas en todos los años que estuvimos ahí, ¡¡Tengo ya dos candidatos que puedes ser!!

Pero, espero ansioso tu foto.

Un abrazo, compañero.

Víctor dijo...

Esa foto... ¡que rule por el blog!

angel lago villar dijo...

Querido Victor:
Ja,ja..lo siento pero no pued rular.... yo no tengo escaner ;-)

V. Berdial dijo...

Pero yo si lo tengooo... y creo que me lo dice a mi... jejeje.
Seré bueno con mi ex-compi y seguirá en el anonimato... Lo siento tocayo.
Un abrazo.

angel lago villar dijo...

ja,ja Victor siempre fuiste un buen compañero.

Te mando en breve un correo personal.

Un abrazo.

suculentas en venta dijo...

Angel lo he leído y me he emocionado muchisimo, porque yo estoy mucho más cercana a esa época que tú. Yo ya tenía 17 años en el 63 cuando tus padres se fueron.

En el pueblo donde vivo, tengo una vecina que también emigró a Australia supongo que en esa época. A veces me cuenta historias de cómo eran las relaciones entre los españoles allí, es bonito ver cómo la gente se une cuando está lejos de su país.

Tiene razón tu madre cuando dice que ahora, incluso con la crisis, vivimos mejo.

Un abrazo

angel lago villar dijo...

Querida Daisy:

Muchas gracias por tu comentario.

La verdad es que con los años creo que les debo más a mis padres y, les agradezco , muchisimo sus enseñanzas: Lucha, automotivacion y salir a delante como sea.

Un gran abrazo amiga y me alegra saber de ti.